Monday, May 08, 2006

Estimado desorden,

Me pillaron.

El mundo es un pañuelo. Todo, todo, pero todo, finalmente sale a la luz; y en mi caso, lamentablemente, a la pública. No importa los resguardos que tomes, todo se sabe.
La historia comenzó hace menos de un año, cuando una nueva vecina tocó mi puerta para pedir una tasita de azúcar. Ella recién llegaba al edificio, y venia a vivir sola luego de una reciente separación. En el trajín de la mudanza- y quién sabe si fruto de la pena que demostraban sus gestos y su hermoso cuerpo-, olvidó embalar varias cosas, dentro de ellas, el azúcar. Nunca he podido resistir la mirada de una mujer apenada. Siento el deber de consolarlas, protegerlas, y si me lo permiten, abrazarlas. No pude resistir el dolor en su mirada. No fui capaz de ofrecer tan solo una tasa de azúcar; ella necesitaba algo más, quizás, un poco de compañía, que aceptó encantada.
Con el tiempo, las visitas al departamento de mi desdichada vecina aumentaron tanto en frecuencia, como en intensidad. Mala suerte la mía, justo la conocí cuando mi pareja de ese entonces estaba embarazada y a pocos meses de parir. Procuré esconder mis deseos por la vecina; creo que mi mujer nunca sospechó nada. Ahora, quién sabe, dicen que las mujeres se huelen entre ellas
Me convencí, en pos del embarazo de mi pareja y por el hijo que estaba por nacer, a terminar (o al menos suspender) mis contactos con la vecina. La experiencia nos muestra que la auto exigencia se cumple, pero a medias; reduje significativamente mis contactos con ella. Decidí resolver este triángulo amoroso una vez que naciera el crío.
Finalmente mi hijo nació. Tome una difícil decisión.
Terminé con mi pareja, argumentando que el amor entre nosotros se había apagado. No pareció necesario mencionar a aquella otra mujer que comenzó a ocupar un lugar en mi corazón. Nunca es necesario. La omití, no por cobardía, sino por el bien de mí, ahora, expareja; no quería causarle más dolor que el de mi pérdida. Hace un mes y medio de todo lo ocurrido, mi vida se convirtió en un desastre.
Terminada mi relación, no podía mostrarme públicamente con nuevas parejas; decidimos, acertadamente, vernos a escondidas. Pasaron unos días y, cansados de andar ocultándonos del mundo como si lo nuestro fuera un crimen nefando, decidimos ir de viaje. Destino: Buenos Aires. Tomamos todos los resguardos para que nadie supiera que nos arrancábamos. Sin embargo, como dije en un comienzo, Chile es chico y su gente observadora y chaquetera.
Ahora resulta que los medios me atacan constantemente. Reprochan el hecho de haber terminado con mi ex al poco tiempo de haber tenido un hijo, y el no haberme demorado nada en encontrar una nueva pareja. El típico reproche por no haber respetado el luto que corresponde luego de romper una relación (tropa de moralistas, acaso la obligación de fidelidad tiene alcances que van más allá del tiempo que efectivamente dura la relación).
En mi humilde opinión, considero fui valiente. Me enamoré de otra mujer; impulso irrefrenable. Tomé una difícil decisión; deje de ver-con el dolor del alma-a mi pareja de ese entonces, sabiendo que mi hijo sufriría las consecuencias de esta ruptura. Todo por amor. Qué importan los convencionalismos o la moralidad de masas. Mi posición es pro-amor. Lucho y sufro por mi nuevo amor. Todo esto, parece nadie lo ve.
La reciente decisión de retirarme del show business, o al menos del show de la televisión, a dado pie para que periodistas, opinólogos y mutantes, llenen su boca de oprobios a mi persona. De esa selecta masa, ustedes han sido los que mejor me han tratado (me refiero a su artículo “No Habrá Cesar en Julio”, en la sección farándula). Por eso, siento que compartimos cierta sensibilidad.
Acudo a ustedes en busca de comprensión, para que validen mi comportamiento ante el mundo y me ayuden a salir del hoyo al que me han metido.
De antemano, muchas gracias

Julio César Rodríguez.

Don Julio,

Según el Desorden, usted no debe preocuparse, al menos por dos razones. La primera y menos importante, es que no habrá César en julio. La segunda y que atañe a nuestra labor, es que su comportamiento viene de antemano validado. Veamos el por qué.

Como usted muy bien sabe, la sociedad occidental, heredera de la tradición cultural judeo-cristiana, venera ciertos valores fácilmente distinguibles en el diario vivir. Uno de esos valores es el del amor. Ya nos decía San Pablo en su Evangelio, brillantemente musicalizado: “si yo no tengo amor, yo nada soy Señor”. Esta premisa, que caracteriza ya no sólo a católicos o cristianos sino a todo ser que pretenda una vida feliz, es fácilmente desvinculable de cualquiera fundamentación metafísica y es propia de proyectos de vida tan disímiles como el suyo o como el nuestro.
La nueva legislación matrimonial, porqué no decirlo, avala también esta posición y garantiza el derecho a rehacer la vida marital con quién nuestro corazón ordene y en el momento que lo decidamos. Una vez tomada la determinación de abandonar la vida en conjunto, cesan las obligaciones maritales, como las de cohabitar o de auxiliarse mutuamente.
Así las cosas, nos parece que aquel luto del que usted habla es sólo aconsejable en aquellos casos que tenían lugar antes del uso de las pruebas de ADN, es decir, cuando, por problemas de dificultades en la determinación de la paternidad, la mujer no podía rehacer su vida marital sino transcurridos los ciento ochenta días (9 meses)desde terminado su matrimonio. El Estado, en estos casos, suponía como padre a quien fuera el marido de la mujer al momento de la concepción del vástago. Vamos a convenir ahora en que esta regla era perfectamente plausible, e incluso, preferible cuando la elucidación de la paternidad se hacía a través de una regla muy simple, cuál es, dime con quién estás casada y te diré de quién es tu hijo.
Nos parece además, que el comportamiento que Usted nos describe dista de ser reprobable, acercándose más bien a la rectitud y a las buenas costumbres que a la inmoralidad o al libertinaje que se puede observar a diario en los medios de comunicación nacionales e internacionales, puesto que su voluntad ha sido la de un buena padre de familia, honrado y generoso y la de una marido, que si bien no honró el nombre de su mujer en todo momento, procuró el menor de los daños en la búsqueda del amor, ese mismo que seguramente hizo que en un primer momento amara (y se casara con) su ex-mujer.
“Si la represión ha sido, de hecho, el nexo fundamental entre el poder, el conocimiento y la sexualidad desde la época clásica" como nos grita el pensador francés Michell Foucault, "parece razonable que no seamos capaces de liberarnos de ella, excepto a un altísimo costo”. Un costo que Usted, señor Rodríguez, ha tenido a bien pagar por todos nosotros. Será mejor, entonces, agradecerle.
Además señor, aquel que esté libre de pecados, que lance la primera copucha. El desorden la lanza por usted, leános.

Wednesday, May 03, 2006

validamos cualquier comportamiento

Escribieron:
Por favor validar mi comportamiento, gracias


6:30 AM del “reloj inglés” y siento el llamado de ellas
(hojuélas), de él, mi preciado
y querido plato de cereales (Fitness es la marca que escogí para cuidar mi
línea esbelta y saludable). Mis ojos se ven imposibilitados de permanecer en
la posición en que se encontraban durante las horas anteriores al ya
mencionado llamado. ¿Será ansiedad, será pasión, locura o simplemente una
manifestación de mi hiperdisciplina que se manifiesta inconcientemente
haciéndome quedar y sentir como una loca guatona buena pal cereal? Tengo mis
dudas al respecto, me parece curioso no poder prescindir de ellos y siempre
necesitarlos a la misma hora y cada uno de los días que conforman mi semana
y la tuya. Me encantaría que Tú, Desorden, dieras tu opinión al respecto
siendo lo más sincero posible. Lo único que te pediría, es que si me quieres
recomendar asesoría psiquiátrica lo hagas personal y confidencialmente. No
quiero estar en boca de gente común, normal y por que no, sana, que no
entiende a personas como nosotros, genios ansiosos, atormentados por cosas
tan pequeñas como un plato de cereales debido a nuestra sensibilidad fina y
aguda que nos posibilita despertarnos, desesperarnos y por que no
angustiarnos por un delicioso bocadillo matutino.
Esperando con la misma ansiedad que mañana a las 6:30 mi cuerpo ascenderá de
la cama para dirigirse a la cocina, me despido con mucho alivio,

Srta. Hojuela

( léase y quiérase al cereal como un amigo incondicional)

se dijo al respecto:
Señorita:

Si bien su conducta, a primera vista, merece reparo alguno, algún semi-agudo observador podrá advertir que su extraña adicción a hojuelas dietéticas permite vaticinar un futuro no muy alegre. Este observador, un auténtico El Desorden wannabe, anticipará que si su comportamiento actual ya presenta evidencias obsesivas-compulsivas tan marcadas, nada le impide en el día de mañana estrellar su van Chrysler contra otro conductor, golpear histéricamente a sus hijos, o, atentar contra la integridad de su cuero cabelludo. El Desorden, siempre premunido de una visión prístina de la realidad social, fija su atención no en lo evidente, sino más bien en lo otro, y en todo su contrario.

Quien hace del cereal fitness su hojuela favorita es preso irremediable de dos fuerzas sociales aparentemente antagónicas. Por una parte, como declara la srta. Hojuelas, las presiones que posa sobre ella nuestra sociedad no pasan inadvertidas, debe mantener su línea esbelta, no puede engullir cualquier hojuela, sino aquella que se aviene con la prescripción masculina mayoritaria. Por la otra, su voracidad incontenible (recuerde querido lector, que ella, mal que mal, es otra hija de Eva), la escupe cada día de la cama, necesitada de triturar algo entre sus mandíbulas. Perdida entre estas dos fuerzas, cuál náufrago abatido por feroz oleaje, esto no puede llevar a la srta. Hojuelas sino a buscar regularidades allí donde otros sólo ven el tedio: en la rutina y en su disciplina protestante. Se aferra a ella como creyente a su cruz, y el Desorden le recomienda ser igual de testarudo que estos últimos al momento de que alguien intente hacerla entrar en razón.

La finura de su sensibilidad la hace víctima de presiones que otros no advierten, y por lo mismo, no comparten. De parte de aquellos que hacemos nuestras sus aprehensiones, le agradecemos su preocupación y validamos, en todo y en parte, su nutritivo comportamiento.