Saturday, April 29, 2006

validamos cualquier comportamiento

anónimo escribió:

Sufro de incontinencia urinaria, día a día la necesidad de ir al baño asola mi vejiga. Esto, pensarán ustedes, no constituye un problema que genere algún comportamiento necesitado de validez. Claro, en sí mismo, ni siquiera es un comportamiento. El problema se produce a la hora de ir al w.c. público.
Desde pequeño, mis padres me enseñaron a orinar con los pantalones completamente abajo, incluido calzoncillos. La prédica filial se convirtió en hábito, y el hábito en costumbre vital; no puedo orinar sin los pantalones completamente abajo.
Este comportamiento ha sido objeto de los reproches mas abyectos, hasta llegar a poner en duda mi sexualidad. Mi dignidad ha sido mancillada incluso por la gente que supuestamente más me quiere.
Una solución ha sido utilizar las típicas casetas cerradas de baño público, pero la incontinencia urinaria que sufro, junto con la extraña costumbre señalada, hacen que deba orinar inevitablemente (acompañado de la herencia de mis padres) frente a gente que mira inquisidoramente, con los ojos llenos de reproche. Por favor, justifiquen mi comportamiento
Gracias anticipadas…..
anónimo

el desorden:


Atribulado amigo,

Una de las analogías que más divierte al desorden es la de asociar a la manera en que se desenvuelve la vida en sociedad, con el infantil y siempre bien ponderado juego de la pinta, o del pillarse. Hay otros que sostienen que no sólo es una relación analógica, sino que, la pinta, manifiestamente, es copia ritual de la interacción humana. En todo caso, tenga a bien plantearse la posibilidad. Encontrará, al igual que el desorden, un curioso poder sugestivo en tan poderosa imagen, que, esperemos, le permita enfrentar sus actividades cotidianas con el mismo desenfado que el resto de los mortales.

La pinta se caracteriza porque en ella existe una masa de jugadores homogéneos que luchan por permanecer en tal calidad, y otro individuo, solitario, del cual huyen. Aquel que no siga una estrategia inteligente de jugador de masa, arriesga convertirse en el excluido. La sociedad se comporta de manera afín. La competencia es, sobra decirlo, mucho más encarnizada, y el castigo, tanto más amargo.
La moral de la sociedad se define como el conjunto de prescripciones que los jugadores enuncian para mantener su condición de masa. Los que no las siguen, son excluidos, y de ellos se huye. Estos últimos, aún a su pesar, y, a veces, de su aparente indiferencia, hacen un intento tras otro para volver a la masa, tal como si fuera su paraíso perdido. Esta dinámica, con una que otra variante, es la que sustenta la vida en sociedad. Como será de evidente esta íntima relación que una reminiscencia de este juego ritual dotado de significado mítico, se logró colar al vocabulario de moda no hace muchos años (porque es bueno que lo sepan, ya no está de moda). Entonces se decía, el la lleva, o, este lugar la lleva. ¿Casualidad?

El lector sensato notará que vivir inmerso en tal estado de asuntos, es, a todas luces, agobiante y enajenador. Tiene que existir algún ámbito en que estas reglas no se apliquen. Los niños, en opinión de algunos, crueles, y de otros, apetecibles, se dieron cuenta de esta realidad. En todo buen encuentro de pinta siempre había un rincón, árbol o poste que permitía excusarse de tan esquizofrénica competición: le llamaron capilla, o boli. Una vez esgrimida dicha carta, el jugador está excusado (escusado!!!) de las reglas del juego. Si es que la pinta es una copia o analogía fiel de nuestra sociedad, el boli o capilla tiene que conocer un modelo primigenio. ¿Qué espacio, lugar o circunstancia hace las veces de boli entre nos? ¿Cuál es ese lugar donde las prescripciones de los demás se dejan afuera, y se da un respiro a la competencia descarnada? Acertaste, el baño. Allí, sugiere el desorden, no entra pretensión moral alguna, la competencia se acaba y finalmente el individuo respira. Es la obviedad misma de esta afirmación lo que la hace tan sugerente. Como será de fuerte esta suspensión de las reglas de la convivencia que en el baño nos atrevemos, incluso a hacer pipí y caca.

Mirar con ojos de reproche la conducta de baño tuya, o la de cualquiera, es desconocer la naturaleza y trascendencia de este boli social. Deja pues, tus hombros impávidos ante las miradas acechantes de los moralistas de baño, que son, al fin y al cabo, los únicos que están profanando tan necesario lugar.

Wednesday, April 26, 2006

Primera solicitud:

Hace un par de semanas fue el cumpleaños de una amiga. Hizo una fiesta en su casa e invitó a sus amigos y conocidos. Para la ocasión, vestí mi prenda más representativa, la cual se confunde con la más cómoda. Al llegar a la fiesta, debo confesar que sentí algunas miradas de reproche en el público general, pero simplemente las desestimé. Sin embargo, me sorprendí al percatarme de que esa mirada la compartían mis amigos. Exigí una explicación.
“Como cresta podí venir con buzo gris a la fiesta de la dani” me dijeron todos. Me trataron de falta de respeto y desubicado, lo cual no tiene ni un sentido. Yo sólo me puse mi ropa más cómoda. Alegaron que mientras la dueña de casa se preocupa por armar una onda en su casa, poniendo luces, contratando a un dj, ofreciendo buena comida; yo, el aweonao según ellos, ensuciaba todo su esfuerzo viniendo con mi buzo gris. Mis amigos nunca quisieron entender que a mi lo que más me gusta es mi buzo gris, y si la dani me quiere como amigo, debe entender que yo, Francisco, incluyo buzo.
La discusión fue eterna, estaba solo contra el mundo. Acudo a ustedes para que zanjen la discusión, por supuesto, a mi favor. Avalen mi comportamiento.
Anónimo.

Estamos trabajando en su justificación. Tranquilo, es un caso sencillo...



Atribulado cibernauta:

No puede negarse que tu conducta, a primera vista solamente, es sintomática de una personalidad borderline, megalómana, antisocial y profundamente anárquica. Uno tendería a creer que la imposición abusiva, y desde el punto de vista de los asistentes, incontrarrestable, de una visión tan desagradable como puede ser un buzo de tono gris, que, aunque no aparecía en tu relato, imagino de algodón y con cordeles blancosm, corresponde a una afrenta directa a la festejada y a los asistentes.
Como he dicho, estas conclusiones son apresuradas. Un análisis más detenido del asunto te exime de toda responsabilidad y te hace inmerecedor de los cordiales oprobios de que fuiste víctima. Las ventajas morales del vestuario escogido no son pocas. Partamos por las más obvias. Dijiste que era un cumpleaños en que habían amigas tuyas. No me imagino como se atrevieron a denostar tu look sin detenerse en que ese buzo era el testimonio más fidedigno y gráfico de la pureza de tu amistad, de la ausencia de dobles intenciones para con ellas. Desde luego, y en esto más vale ser claro, UD no puede pretender que vestido así podía algún conseguir algún acercamiento sexy, por muy fugaz que fuere. Lo tuvo muy claro desde el principio. A medida que se calzaba sus horripilantes pantalones, pensaba en la inapetencia sexual que lo embargaba esa noche. Ellas, sin embargo no fueron capaces de valorar su asexuado gesto. Los asistentes hombres tenían mucho que celebrar. Era usted uno menos en la demanda del mercado de la carne y por tanto, no hacía más que bajar los precios beneficiando a la siempre vapuleada clase de los atractivos medios.
Además, quien se presenta con buzo a un cumpleaños suele ser una persona en estado emocional frágil, con problemas tan apremiantes como para no querer invertir el tiempo necesario en la elección del vestuario, ni, presumiblemente con ganas de verse bien. Un buzo en un cumpleaños es un llamado de alerta, y si tus amigos no supieron leerlo, entonces me parece que la cuplabilidad les cae pesada y definitiva sobre sus espaldas dejándote indemne y libre de cualquier reproche.

Barriendo toda tu culpa, como polvo después de un cumpleaños, preocupados por tu estado mental, y desde ya brindándote todo nuestro apoyo, se despide...
El Desorden.